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Los laberintos de Octavio Paz

Fue la actitud crítica, “que nos dice que debemos aprender a disolver los ídolos dentro de nosotros mismos”, lo que caracterizó su desempeño intelectual y público. Sólo así saldremos del laberinto, conjurando la soledad...

  • REINALDO ROJAS

27/09/2021 05:04 am

Inmensa es la obra literaria de Octavio Paz (1914-1998). Entre tantas distinciones, el Premio Cervantes y el Premio Nobel de Literatura, lo dicen todo. Pero, además de su obra poética, donde es uno de los grandes de la lengua castellana, es en el ensayo donde Paz se ha proyectado como hombre de pensamiento, situado universalmente en su México natal. Es allí, donde hemos podido navegar en la riqueza de su pensamiento.

Tres obras nos han cautivado: El laberinto de la soledad, publicada en 1950; El arco y la lira, de 1956; y esa obra de madurez que se denomina Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, cuya primera edición es de 1982. El laberinto es un ensayo de interpretación de lo mexicano que se extiende a la comprensión del ser latinoamericano y su cultura. ¿Qué es América Latina? ¿Existe lo latinoamericano? ¿Cómo podemos reconocer ese nuevo mundo como algo diferente a sus orígenes? Bolívar lo resumió en una frase en 1815: “Somos un pequeño género humano”. Y Octavio Paz, en 1937, a los 23 años de edad, entra en contacto con esas raíces cuando va a Yucatán, como miembro de las misiones educativas del gobierno del general Lázaro Cárdenas, para fundar y dirigir en la ciudad de Mérida una escuela para hijos de obreros y campesinos. Allí comenzó a escribir Entre la piedra y la flor, poema que canta el drama de la explotación del campesino yucateco. Esa experiencia lo hunde en las raíces de lo mexicano.
 
Pero en 1937, va también a la España que empieza a sufrir los estragos de la guerra civil, para participar como miembro de la delegación mexicana al Congreso antifascista y de solidaridad con el gobierno republicano reunido en Valencia. Allí entró en contacto con los poetas de la llamada Generación del 27, Vicente Huidobro, Antonio Machado y Miguel Hernández. Eran las voces de la España en peligro. En París, se encuentra con dos grandes de la poesía latinoamericana: Pablo Neruda y César Vallejo. Es la tríada de la renovación literaria que ya se anuncia en sus primeras obras.
 
Cuando Octavio Paz publica El laberinto, ya había pasado por los recintos académicos de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde había realizado estudios de Derecho, Letras y Filosofía; y transitado por aulas y bibliotecas de la Universidad de Berkeley, en California, gracias a una beca obtenida en 1943. Pero es, tal vez, su estancia en Francia, como diplomático mexicano entre 1945 y 1951, lo que le permite compartir ideas y proyectos con André Bretón y el movimiento surrealista francés. Esa es la atmósfera que nutre El laberinto, su originalidad, su universalidad, su grandeza como texto de crítica e interpretación de lo mexicano, cuyo pórtico se abre con un texto de Antonio Machado que nos introduce en esa paradoja que es la construcción de la identidad de uno mismo, pero negando al otro.

Y sobre esta idea parte Paz para afirmar que el descubrimiento de nosotros mismos, los mexicanos, los hispanoamericanos, los latinoamericanos, hijos de la conquista y de la colonización europea, negadora de nuestra condición humana, se manifiesta como un sabernos solos, separados del mundo por una muralla transparente que es nuestra conciencia. La idea de lo que pensamos que somos, se revela al enfrentar la realidad que hemos sido.
 
Frente a esta realidad insospechada es que se levantarán máscaras y se construirán laberintos. Se trata de un territorio, o mejor, de un espacio donde conviven no sólo distintas razas y lenguas, sino varios niveles históricos: los otomíes (pueblos originarios) desplazados de la historia, los católicos de Pedro el Ermitaño y los jacobinos de la Era Terciaria. Todos, al mismo tiempo.
 
Veinticinco años después, su autor vuelve a El laberinto, en conversación con Claude Fell para la revista Plural. Es la oportunidad de someter a la crítica su obra. Aquella “elegante mentada de madre contra los mexicanos”, lo lleva a valorar la tentativa de desenterrar ese México oculto, pero vivo, que toma vida en su obra, y que permanece enterrado en un mundo de represiones, inhibiciones, recuerdos, apetitos y sueños. Por eso, El laberinto es un libro de crítica social, política y psicológica. Desmitificar es quitar caretas y alumbrar salidas al laberinto en el que nos encontramos perdidos los latinoamericanos.
 
En 1975, en su "Vuelta a El laberinto”, Octavio Paz se siente más cerca de Nietzsche y de Freud que de Marx y Rousseau. Sobre todo, siente que ha sido fiel a sus principios, como en 1968, cuando renunció a su cargo de Embajador en la India, en protesta por la Masacre de Tlatelolco. Pero fue la actitud crítica, “que nos dice que debemos aprender a disolver los ídolos dentro de nosotros mismos”, lo que caracterizó su desempeño intelectual y público. Sólo así saldremos del laberinto, conjurando la soledad.

enfoques14@gmail.com
 
@reinaoldorojashistoriador
 

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