“Con gran persistencia, a lo largo de los últimos veinte años, los ideales de orden y libertad han menguado en nuestros libros; la ambición de ser ingeniosos y elocuentes ha disminuido en nuestros parlamentos. La literatura se ha vuelto deliberadamente menos política; la política se ha vuelto deliberadamente menos literaria. Y así, las teorías generales sobre la relación que existe entre las cosas han desaparecido de ambas.” (G. K. Chesterton. Herejes)

La libertad vuelve a ser la gran encrucijada de los tiempos que vivimos. No debe ser casual la preocupación general acerca del peligro, que corren las democracias a nivel global. No digamos ya del terror que consume a los liberales que ven cómo su proyecto de bienestar y consumo ilimitado no llega a puerto seguro. El ascenso de los talibanes no es la causa. Es otra consecuencia. Las teorías conspirativas tampoco aciertan a ubicar, dónde se encuentra el origen del desfalco de la libertad. Por momentos nos vemos tentados a pensar que un mal uso, desorbitado y sin sentido es uno de los móviles del peligro inminente. La desorientación es generalizada. No hay referentes claros. Hasta los marxistas e ideólogos más consecuentes, se comienzan a preguntar si la religión tiene algo que ver.

Las restricciones a la libertad tienen múltiples formas y facetas. Una de las más características es el uso del lenguaje. La forma en que nos expresamos, sobre los derechos y deberes de los ciudadanos. Toda una representación de las formas mentales o de comprensión, que tenemos de la libertad. La era de la pandemia ha manifestado varias formas en las que el lenguaje muestra, esa carencia de libertad interior que todos percibimos. Una deficiencia que no tiene que ver, con reglas gramaticales o sintaxis. Se trata de la vivencia diaria de los retazos de libertad. Una libertad que al igual que la certeza, solo la alcanzamos por partes. Muy fraccionadas. Lo que expresa la literatura es un reflejo de lo que las vidas echan en falta. La prensa, los medios y las redes sociales muestran con claridad que en el pensar y en el sentir del ciudadano medio, la libertad está perdida. Si tomamos en cuenta las expresiones usadas por los gobernantes o dirigentes de cualquier latitud, se hace más evidente el desconocimiento de la libertad. Especialmente de su esencia.

El miedo a perder el poder es una de las claves de los comportamientos individuales y colectivos. Se prefiere una esclavitud poderosa, que una libertad menesterosa. Posiblemente esa es una de las razones por la que, con tanta frecuencia, se confunda la libertad con la capacidad de elección. Pero se olvida que el miedo puede nublar el juicio. La capacidad de distinguir adecuadamente las opciones disponibles. De hecho, se piensa que al final la libertad consiste en tener el mayor número de opciones disponibles. No advertimos con frecuencia el factor tiempo, que distingue la alternativa y la oportunidad. Las oportunidades pueden ser sobrevenidas y las alternativas permanentes. No necesariamente tomar una oportunidad, es expresión de mi capacidad más plena de libertad. Muy posiblemente en esas circunstancias, la más plena manifestación de libertad está en la libertad de mí mismo. De mis miedos, de mis limitaciones Más allá de la libertad de generar oportunidades o para escoger entre alternativas. Es la libertad que me hace superar la seguridad, en función un beneficio mayor. Mayor, por que genera más libertad. Aunque no cabe duda que la seguridad es costosa, mucho más costosa es la libertad.

“¿De qué sirve decir a la sociedad que la sociedad es libre para cualquier cosa menos para crear leyes? La libertad para dotarse de leyes es lo que constituye un pueblo libre". (G. K. Chesterton. Herejes)

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