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Esa levadura que nos resguarda

Las tragedias de cada ser humano vienen impresas desde alba de los tiempos, a partir de ese instante en que el desfile de la vida comenzó a dar los primeros pasos en cada uno de los periodos de la historia de la tierra madre...

  • RAFAEL DEL NARANCO

26/09/2021 05:07 am

Es bien conocido, comprobado hasta la saciedad más extendida, que la vida humana, en el contexto de cada ser, ha enfrentado el difícil sendero de la existencia, e igualmente ha mostrado fuerzas portentosas para hacer frente al cotidiano estar sobre la tierra y levantarse en todas y cada una de las caídas, dudas y aprensiones que enfrentamos cada día por el mero hecho de existir.

Las tragedias de cada ser humano vienen impresas desde alba de los tiempos, a partir de ese instante en que el desfile de la vida comenzó a dar los primeros pasos en cada uno de los periodos de la historia de la tierra madre. El pasado cósmico envuelto en millones de años y, al bien decir de John Hodgdon Bradley, aquel geólogo de la Universidad de California del Sur, en ese libro extraordinario, y poco leído, “El desfile de la vida”, dedicado a los curiosos del saber, “que nadie aún sabe en profundidad, por desgracia, acerca de los motivos que puede haber en la naturaleza y el hombre”.

Llegado a este punto de la croniquilla de hoy, hay ciertos momentos en que es mejor subrayar del pasado, pero no por creer que esos tiempos fueran mejores, sino intentando hallar en ellos indicios para comprender nuestra forma actual de proceder.
 
La levadura de la que estamos amasados es igual para todos los humanos, nos diferencia solamente el barniz que nos recubre, esa especie de tálamo o morada, donde celebramos los excesos de nuestras vivencias no siempre intemperantes.

Durante una larga y oscura noche de invierno del año 373 antes de Cristo, un terremoto seguido de una marejada destruyó la vieja ciudad griega de Helike, cerca del golfo de Corinto. La urbe era centro de oración y ofrenda a Poseidón, dios de la furia y el mar. Podía ser una coincidencia, pero no dejaba de ser trágica, como cualquier puesta en escena mitológica.

Poseidón era hijo de Cronos y de Rea. En el reparto de poderes entre los dioses, a éste le tocó el dominio de los mares. Como era algo casquivano, le gustaban en demasía las hembras humanas y con ellas tuvo diversos hijos. Toda su descendencia es un cuadro de horrores. Fue padre del cíclope Polifemo, del gigante Crisaor y de Pegaso. El tridente es el símbolo de su poder, que rige los terremotos y maremotos, los peces y los monstruos marinos. Con todo, los marinos de océanos y mares le imploran su protección, pues sin ella es difícil hacer una buena navegación.

Cuando Poseidón se enfadó y destruyó la ciudad de Helike, sus ruinas quedaron sumergidas en el mar y todos sus habitantes murieron. La Grecia antigua no había sufrido un desastre natural tan devastador en más de 1.000 años, cuando la explosión de un volcán destruyó buena parte de la isla de Thera, la Santorini moderna. La catástrofe, según algunos estudiosos, habría servido de inspiración para la historia de Platón sobre la Atlántida, la tierra que supuestamente se hundió en las profundidades del mar.

Pero en excavaciones realizadas, investigadores griegos y estadounidenses descubrieron lo que creen es la primera evidencia sobre la ubicación de Helike. Luego de 12 años de búsqueda en vano, comenzaron a excavar en una llanura costera cercana a la ciudad de Aigion, 72 kilómetros al noroeste de Corinto. Algunas de las primeras fosas permitieron sacar a la luz piedras de un camino pavimentado y muros de edificios, además de cerámicas clásicas y una moneda de bronce acuñada en el siglo V a.C.

Al excavar en huertos y viñedos, los arqueólogos llegaron hasta capas de sedimento ubicadas a 3 metros de profundidad, donde había piezas de alfarería clásica, además de caracoles y otros restos marinos.

Para la época en que un terremoto y una marejada destruyeron Helike, en la zona de los Balcanes se vivían tiempos turbulentos. Los persas habían asumido el control de las ciudades griegas, que habían entrado en un período de graves luchas civiles, por el desgaste que había significado la guerra del Peloponeso para Esparta y Atenas.

Un año antes del seísmo, Atenas había firmado la paz con Esparta, para establecer un equilibrio y salvaguardar así su autonomía política.
Fue Heidegger quien lo expresó: “Ninguna época ha sabido tantas y tan diversas cosas del hombre como la nuestra. Pero en verdad, nunca se ha sabido menos qué es el hombre.”

A tal razón, la historia es útil pues en ella se lee el futuro, aunque algunas veces la oscuridad más atroz la recubre y, cuando eso sucede, está la poesía, la cadencia apaciguada de la existencia.

Al trotamundos que camina sobre Grecia, hasta el aire se le vuelve azulino; casas encaladas e iglesias rodeadas de una inmensidad cerúlea. El piélago del agua, incluso las puertas y ventanas enmarcadas en una gama de irisaciones de un índigo casi eléctrico. Y todas partes, olor a hierbabuena, una de nuestras tisanas favoritas por la innegable virtud afrodisíaca que posee.
 
A tal fundamento, Minta, hija de un río, era concubina de Hades, el dios de las tinieblas El país me sabe a añil; casas encaladas e iglesias rodeadas de sombras azures. El mar, el cielo, incluso las puertas y las ventanas enmarcadas en una gama de matices cerúleo casi eléctrico. Y en todas partes, olor a poleo, una de nuestras tisanas favoritas por la innegable virtud excitante que posee. Y es que nada en Grecia se puede entender sin sus eternidades astrales.


rnaranco@hotmail.com



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