Inusuales intereses comunes
El arte tiende a elevarnos por cuanto el ejercicio de descifrar aquello que somos y cuanto nos compone en nuestro centro íntimo, generará las más inusitadas combinaciones...
Una de las formas más extrañas y excepcionales de intervincularnos con los demás es a través de ciertas formas de arte. De hecho, el artista es aquella persona que es capaz de hacer que sus intereses personalísimos sean compartidos por los demás. En eso consiste el arte: En generar el espacio y la posibilidad de que los intereses intimísimos del creador trasciendan adquiriendo una dimensión no menos que universal. Por eso el hombre que transita por la dimensión artística es siempre un temerario, cuando no un desquiciado que se atreve a asomar aspectos de la existencia ante los cuales otros prefieren callar. De ahí que el arte tiende a ser transgresor, sea porque se confronta ante las estructuras propias del poder o ante la muchedumbre, que también constituye una estructura de poder. En el caso del arte enfrentado al poder imperante, el artista puede que tenga muchos seguidores. En el caso del artista enfrentado a las creencias de las masas, la soledad será su espacio de movilización. Ambas maneras de entender al artista y su relación con aquello que le rodea son abrumadoramente enriquecedoras.
Nuevas rebeliones de las masas
Con los emergentes medios de comunicación masivos se transgrede el filtro que podría hacer un intento de discernimiento entre verdades y mentiras. Basta con que alguien masifique una premisa y la misma se reproduzca velozmente para que la percepción de todo un conglomerado cambie de manera instantánea. Un ejemplo tangible de cómo se puede a llegar a pensar de manera paralela a la realidad es el caso de quienes cultivan el fanatismo como forma de entender la existencia. El escepticismo radical lleva a formular postulados radicales que terminan siendo expresiones del más rancio fanatismo. Ante estas y otras formas de expresión nos vemos enfrentados quienes transitamos en un siglo que encandila por sus contrastes y por las maneras de expresión más contrahechas. En eso se nos van grandes cuotas de energía atinentes a la manera como nos vinculamos con el tiempo que nos ha tocado vivir. Ni mejor ni peor que cualquier otro momento, solo diferente. La premisa de que “todo tiempo pasado fue mejor” es solo un lugar común que no se sostiene. Nos aterra alejarnos de aquellos espacios que nos dan seguridad.
Buenos y malos: ¿cómo distinguirlos?
En términos generales, quienes preconizan el divisionismo y tienden a ser perseguidores y punitivos, suelen cargar con las banderas de los moralistas. No es errático pensar que lo que tiende a unir es generalmente bueno y lo que tiende a separar y generar confrontación pareciera no ser deseable. Las personas o los grupos que enarbolan el ideal de perseguir al otro lo suelen hacer generalmente abrazando falsas premisas morales en donde al otro se le etiqueta como enemigo porque no comparte nuestra manera de ver las cosas o simplemente porque es distinto. Lo tendiente a perseguir es propio de quien no tiene mucho material en su mundo interior y necesita denostar del ajeno. Así ha sido, es y seguirá siendo. La mediocridad tiende a manifestarse de manera predecible y recurrente, usando los mismos artilugios. Difícilmente el fanático se somete a un cuestionamiento. El solo planteárselo puede derrumbar todo el fallido mundo en el cual cree. De esa savia controvertida y en ocasiones simultáneamente antagónica, saca el artista el material para sus creaciones. La invocación de emociones basta para construir universos.
El eterno triunfo del arte
Cuando el artista trata de comprender aquello que le rodea y que se va a transformar en una obra, no podrá dejar a un lado lo que somos los seres humanos. En ese replanteamiento de la vida en sociedad, aquellas cosas o elementos que enaltecen la gran obra del ser habrá de ocupar un buen espacio en sus quehaceres, así como también lo ha de ocupar la parte monstruosa de aquellos que nos acompañan. De ahí que las grandes expresiones del arte lleven consigo esa dualidad propia de lo humano, que es siempre maravillosa poder recrear, independientemente de que terminemos asomando la cabeza a los más fétidos pantanos y a las almas más pútridas. Amor y desamor, valores y lo anti valorativo, lealtades y traiciones, amistades y enemistades, admiración y envidia, deseos de revanchismo y animosidad por ayudar al prójimo. Todo, todo, todo, entremezclado en una espiral interminable en donde la originalidad probablemente no exista, por cuanto no va a ocurrir nada nuevo bajo el sol que venga de las criaturas que somos, pero sí sigue existiendo la posibilidad de plantearlo de múltiples formas. Ahí gana la expresión artística y se reivindica la contrahecha criatura que somos. El arte tiende a elevarnos por cuanto el ejercicio de descifrar aquello que somos y cuanto nos compone en nuestro centro íntimo, generará las más inusitadas combinaciones. El triunfo de la obra de arte, como algo tangible y terminado, es lo más grande que podemos ofrecer como especie. Lo demás queda en el limbo.
@perezlopresti
Nuevas rebeliones de las masas
Con los emergentes medios de comunicación masivos se transgrede el filtro que podría hacer un intento de discernimiento entre verdades y mentiras. Basta con que alguien masifique una premisa y la misma se reproduzca velozmente para que la percepción de todo un conglomerado cambie de manera instantánea. Un ejemplo tangible de cómo se puede a llegar a pensar de manera paralela a la realidad es el caso de quienes cultivan el fanatismo como forma de entender la existencia. El escepticismo radical lleva a formular postulados radicales que terminan siendo expresiones del más rancio fanatismo. Ante estas y otras formas de expresión nos vemos enfrentados quienes transitamos en un siglo que encandila por sus contrastes y por las maneras de expresión más contrahechas. En eso se nos van grandes cuotas de energía atinentes a la manera como nos vinculamos con el tiempo que nos ha tocado vivir. Ni mejor ni peor que cualquier otro momento, solo diferente. La premisa de que “todo tiempo pasado fue mejor” es solo un lugar común que no se sostiene. Nos aterra alejarnos de aquellos espacios que nos dan seguridad.
Buenos y malos: ¿cómo distinguirlos?
En términos generales, quienes preconizan el divisionismo y tienden a ser perseguidores y punitivos, suelen cargar con las banderas de los moralistas. No es errático pensar que lo que tiende a unir es generalmente bueno y lo que tiende a separar y generar confrontación pareciera no ser deseable. Las personas o los grupos que enarbolan el ideal de perseguir al otro lo suelen hacer generalmente abrazando falsas premisas morales en donde al otro se le etiqueta como enemigo porque no comparte nuestra manera de ver las cosas o simplemente porque es distinto. Lo tendiente a perseguir es propio de quien no tiene mucho material en su mundo interior y necesita denostar del ajeno. Así ha sido, es y seguirá siendo. La mediocridad tiende a manifestarse de manera predecible y recurrente, usando los mismos artilugios. Difícilmente el fanático se somete a un cuestionamiento. El solo planteárselo puede derrumbar todo el fallido mundo en el cual cree. De esa savia controvertida y en ocasiones simultáneamente antagónica, saca el artista el material para sus creaciones. La invocación de emociones basta para construir universos.
El eterno triunfo del arte
Cuando el artista trata de comprender aquello que le rodea y que se va a transformar en una obra, no podrá dejar a un lado lo que somos los seres humanos. En ese replanteamiento de la vida en sociedad, aquellas cosas o elementos que enaltecen la gran obra del ser habrá de ocupar un buen espacio en sus quehaceres, así como también lo ha de ocupar la parte monstruosa de aquellos que nos acompañan. De ahí que las grandes expresiones del arte lleven consigo esa dualidad propia de lo humano, que es siempre maravillosa poder recrear, independientemente de que terminemos asomando la cabeza a los más fétidos pantanos y a las almas más pútridas. Amor y desamor, valores y lo anti valorativo, lealtades y traiciones, amistades y enemistades, admiración y envidia, deseos de revanchismo y animosidad por ayudar al prójimo. Todo, todo, todo, entremezclado en una espiral interminable en donde la originalidad probablemente no exista, por cuanto no va a ocurrir nada nuevo bajo el sol que venga de las criaturas que somos, pero sí sigue existiendo la posibilidad de plantearlo de múltiples formas. Ahí gana la expresión artística y se reivindica la contrahecha criatura que somos. El arte tiende a elevarnos por cuanto el ejercicio de descifrar aquello que somos y cuanto nos compone en nuestro centro íntimo, generará las más inusitadas combinaciones. El triunfo de la obra de arte, como algo tangible y terminado, es lo más grande que podemos ofrecer como especie. Lo demás queda en el limbo.
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