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El ciudadano perceptivo y la sociedad vigilante

¿Somos todos los ciudadanos vigilantes? Pregunta difícil de contestar, sobre todo si tomamos los diferentes estados anímicos que transcurren a lo largo de la nuestras vidas como ciudadanos. ¿Somos entonces unos vigilantes en potencia?...

  • ÁLVARO MONTENEGRO FORTIQUE

20/09/2021 05:04 am

El concepto de ciudadanía implica forzosamente que debe haber un sujeto que la ejerza. Ese ente que la convierte en una realidad humana somos nosotros, los ciudadanos que hacemos vida en una comunidad cuya unión debe sentirse y sobre todo ser voluntaria para que sea eficaz. Por eso analizar nuestro rol como ciudadanos siempre es un ejercicio esclarecedor. Como todos somos diferentes, es normal que haya algunos ciudadanos más activos que otros, sobre todo en lo concerniente a la política, sin embargo como somos un sistema de preferencias, cada uno tenemos nuestras propias percepciones e ideas. Percibimos el mundo y la sociedad en que vivimos desde una mirada única, en un ejercicio de ciudadanía perceptiva que monitorea a nuestro entorno humano. Cada uno de nosotros somos, en mayor o menor grado, unos protectores o vigilantes de la sociedad en la cual vivimos.

El célebre investigador francés Michel Foucault reflexionó sobre cómo proteger a la sociedad de sus propios integrantes en su obra Vigilar y Castigar, y después de un análisis muy completo nos permite admitir que la sociedad como grupo humano cohesionado siempre trata de protegerse. La pregunta que viene a la mente es: ¿Proteger a la sociedad de qué? De nosotros mismos seguramente es una respuesta, del Estado es otra. De ese “ente omnipotente que presenta una conducta disociada” según el español Jorge Roiz, quien trabajó el concepto de la “Sociedad vigilante”. Entonces cabe además preguntar ¿De cuál Estado? ¿Cuál es el Estado que debe vigilar la sociedad? ¿Del Estado según Max Weber, o según San Agustín? ¿O será simplemente del Estado Omnipotente, como el de Luis XIV: “L’Etat c’est moi”. ¿El Estado visto con la mirada de Cicerón, o el de la mirada de García Pelayo, que para subsistir se apoya en la fuerza?

Si tomamos el Estado para efectos prácticos simplemente como la forma socialmente aceptable de concentrar el poder, entendemos mejor por qué la sociedad vigilante se le contrapone, y además miraremos el Estado como un ente con conflictos internos y conflictos externos. Esa sociedad vigilante que por definición tiene su origen en la sociedad civil, queda reducida conceptualmente a un grupo social que no son partidos políticos, ni clanes militares, tampoco son Iglesia ni sindicatos. Está formada por ciudadanos perceptivos, que transcurren su acción política entre vigilia y letargia.

La filósofa española Victoria Camps aporta una perspectiva fresca a este debate sobre Estado, gobierno y emociones, analizando las fuerzas de los afectos, las emociones y cómo influyen en el ejercicio de la ciudadanía. La investigadora catalana nos pasea por el mundo insondable de los sentimientos y de los contrastes que existen con la razón. Sin caer en la tentación de contraponer razón y pasión como conceptos excluyentes, la filósofa apunta que la razón necesita a la pasión, y que sin comunicación emocional y afectiva, la política ni convence ni conmueve. Es el momento de echar mano a las investigaciones del profesor de lingüística cognitiva en la universidad de Berkeley, George Lakoff, para explicar su teoría sobre los marcos o “framing”, que permiten al público situarse en cómodos compartimientos afectivos como forma de interpretar la realidad política de su entorno. El profesor Lakoff siendo simpatizante demócrata subraya que en la política norteamericana los representantes del Partido Republicano manejan mejor el mercado de las emociones políticas, y los demócratas solo se mueven bien en el mercado de las ideas. Por eso, anota Lakoff, es que el fogoso estilo discursivo de un Donald Trump mueve tantas emociones, mientras que el de una Hilary Clinton o Joe Biden se basa casi siempre en ideas racionales que no mueven tanto las fibras nerviosas de los ciudadanos. Al final debemos saber que en las almas del ciudadano perceptivo se encuentran siempre muchos sentimientos desordenados, que deben ser administrados por la racionalidad. Sin embargo, el ciudadano perceptivo que se mueve entre la acción y pasividad, entre la letargia y la vigilia, representa un factor clave en la formación de la sociedad vigilante.

¿Somos todos los ciudadanos vigilantes? Pregunta difícil de contestar, sobre todo si tomamos los diferentes estados anímicos que transcurren a lo largo de la nuestras vidas como ciudadanos. ¿Somos entonces unos vigilantes en potencia? Pareciera a priori que sí, pero son preguntas que deben tratar de ser contestadas por reflexiones dedicadas exclusivamente a tratar de averiguar los mecanismos que disparan las motivaciones políticas y sociales de los individuos. Debemos considerar la pertinencia del silencio como participación, del arte de escuchar que acaba con la omnipotencia del poder, también ese concepto de ciudad de Maimónides, con sus callejuelas donde lo importante no es la vista, sino el oído. Además deberíamos tomar en cuenta la idea de los ciudadanos pasivos que tuvo el abate Sieyés en la Revolución Francesa, y otra cantidad de consideraciones que bien valen la pena dedicarle un esfuerzo especial. Mientras tanto pensemos si en este momento político de nuestra querida Venezuela deseamos ser ciudadanos activos o pasivos, pero nunca dejemos de ser vigilantes.

alvaromont@gmail.com

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