Principios políticos ¿por qué?
Volver explícitos los fundamentos rectores de la convivencia genera cultura pública.
En plena dictadura gomecista, un conjunto de estudiantes de la UCV creó la Revista La Alborada, en cuyo Nº 1, del 31 de enero de 1909, publicó Gallegos un celebrado artículo “Hombres y Principios” del cual extraemos: “Vale más un principio bueno que el mejor hombre en el curul del poder. Hombres ha habido y no principios desde el alba de la República hasta nuestros brumosos tiempos: he aquí la causa de nuestros males… nada importa el valor teórico de un principio o de una ley, si no ha penetrado en la conciencia de un pueblo; el nuestro viola las [leyes] porque las ignora casi siempre, y no porque estén en pugna con su naturaleza sino porque en su naturaleza no está el respetarlas”.
Problematizar la cultura pública para comprender lo oculto, que es, paradójicamente, la clave vital de nuestro ser, pareciera ser el camino insinuado por algunos de los pensadores de finales del siglo XX. Tomemos como ejemplo guía a Michel Foucault, filósofo francés quien dedicó la primera etapa de su obra a rastrear los orígenes de la clínica, de la prisión y la institucionalización de una perspectiva para comprender al mundo y al hombre desde la revolución cartesiana-newtoniana: con su énfasis en la Razón, la Modernidad volvió paradigmática la matematización del mundo instaurándose el énfasis transitivo que promueve un modo ‘objetivo’ para estudiar y apropiarse de la naturaleza física y social.
Foucault se da cuenta de la significancia de, a los que denominó “Filósofos de la Duda”, quienes; al interrogar la preeminencia de la Razón en el plano psicológico (Freud), socio-económico (Marx) y filosófico-cultural (Nietzsche); cuestionaron el fundamento mismo de la época moderna. En consecuencia, Foucault va más atrás en el tiempo para rastrear algún principio epistemológico diferente al transitivo (mirar ‘hacia afuera’) y lo encuentra en Apología de Platón, el primer libro de la primera etapa de la obra del Académico. Allí, Sócrates afirma que el principio rector en política debe ser ‘cuidar el alma de cada ciudadano’ y, por ello, hay que comenzar por el alma propia si se quiere ser un agente del genuino cambio socio-político: la verdadera perspectiva fundamental del conocimiento es reflexiva. Ello significa trabajar en un esfuerzo simultáneo sobre las almas (educación) y sobre la estructura del éthos, es decir, la cultura pública. Por ello, el arreglo del orden político o Politeia reúne, de un modo articulado, ambos planos en concordancia con el principio rector de justicia.
Demostrada la importancia del principio epistemológico reflexivo, Foucault desarrolla esta línea argumentativa para abordar la problemática socio-política contemporánea: a) reconocer la necesidad de asumir la problematización de uno mismo o 'inquietud de sí'; b) asumir la perspectiva del 'cuido de sí', es decir, la adopción de un modo de vida cónsono con el constante desarrollo humano en todos los planos y ámbitos; c) ‘gobierno de sí y de los otros', la perspectiva de la responsabilidad política a partir del fortalecimiento del auto-gobierno regido mediante principios explícitos de moralidad; d) 'coraje de la verdad', o la asunción del reto transformador: hay que constituirse en agentes activos del cambio socio-político, a partir del genuino cuido, convirtiéndose en comunicador de esa noción.
Nuestra cultura pública requeriría de un principio rector político-moral, fundamento del desarrollo sostenido de una cultura ciudadana y pública, capaz de preservar una democracia sustentable.
@juliaalcibiades juliaalcibiades@gmail.com
Problematizar la cultura pública para comprender lo oculto, que es, paradójicamente, la clave vital de nuestro ser, pareciera ser el camino insinuado por algunos de los pensadores de finales del siglo XX. Tomemos como ejemplo guía a Michel Foucault, filósofo francés quien dedicó la primera etapa de su obra a rastrear los orígenes de la clínica, de la prisión y la institucionalización de una perspectiva para comprender al mundo y al hombre desde la revolución cartesiana-newtoniana: con su énfasis en la Razón, la Modernidad volvió paradigmática la matematización del mundo instaurándose el énfasis transitivo que promueve un modo ‘objetivo’ para estudiar y apropiarse de la naturaleza física y social.
Foucault se da cuenta de la significancia de, a los que denominó “Filósofos de la Duda”, quienes; al interrogar la preeminencia de la Razón en el plano psicológico (Freud), socio-económico (Marx) y filosófico-cultural (Nietzsche); cuestionaron el fundamento mismo de la época moderna. En consecuencia, Foucault va más atrás en el tiempo para rastrear algún principio epistemológico diferente al transitivo (mirar ‘hacia afuera’) y lo encuentra en Apología de Platón, el primer libro de la primera etapa de la obra del Académico. Allí, Sócrates afirma que el principio rector en política debe ser ‘cuidar el alma de cada ciudadano’ y, por ello, hay que comenzar por el alma propia si se quiere ser un agente del genuino cambio socio-político: la verdadera perspectiva fundamental del conocimiento es reflexiva. Ello significa trabajar en un esfuerzo simultáneo sobre las almas (educación) y sobre la estructura del éthos, es decir, la cultura pública. Por ello, el arreglo del orden político o Politeia reúne, de un modo articulado, ambos planos en concordancia con el principio rector de justicia.
Demostrada la importancia del principio epistemológico reflexivo, Foucault desarrolla esta línea argumentativa para abordar la problemática socio-política contemporánea: a) reconocer la necesidad de asumir la problematización de uno mismo o 'inquietud de sí'; b) asumir la perspectiva del 'cuido de sí', es decir, la adopción de un modo de vida cónsono con el constante desarrollo humano en todos los planos y ámbitos; c) ‘gobierno de sí y de los otros', la perspectiva de la responsabilidad política a partir del fortalecimiento del auto-gobierno regido mediante principios explícitos de moralidad; d) 'coraje de la verdad', o la asunción del reto transformador: hay que constituirse en agentes activos del cambio socio-político, a partir del genuino cuido, convirtiéndose en comunicador de esa noción.
Nuestra cultura pública requeriría de un principio rector político-moral, fundamento del desarrollo sostenido de una cultura ciudadana y pública, capaz de preservar una democracia sustentable.
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