En principio resulta increíble, pero mentir, con todas sus letras, es un fenómeno vinculado al liderazgo, al mal entendido claro está; a ese que comienza muy bien, pero se cae al final, y termina con buenas historias que contar, pero sin muchos resultados que mostrar.

Hay quienes tiene un talento extraordinario para escuchar y entender lo que sus seguidores esperan, lo que desean escuchar. Tienen la habilidad de conocer a su gente, al punto de identificar sus necesidades más sentidas. Y dentro de ese grupo, están los que con foco en cumplir la misión son capaces de redireccionar esas expectativas (si lo creen necesario y correcto); y los que más allá de si es correcto o no, están siempre dispuestos a cantarle a “su público” la canción que le pidan.

Los últimos pueden ser unos genios al momento de diseñar sus mensajes a la medida exacta de los gustos de su gente, de su mercado. Son capaces de lograr reconocimiento, aplausos, ovación, euforia. Pero así como se dice que el poder enferma, del mismo modo, ese aplauso ganado tempranamente va generando como una suerte de adicción, en la que no importa lo que hagas con tal de obtenerlo.

Así, son capaces de asegurar a viva voz y con redoble de tambores que pronto sucederá algo que todos esperan, aunque, a sus calladitos adentros, sepan que no es posible, que no es viable, y que no sucederá, al menos no aún; es decir, aunque sepan que es mentira. Pero hay algo que no consideran en ese momento. Tarde o temprano, el tiempo pasará, y los que aplaudieron tu promesa seguirán esperando que se cumpla, y aunque un nuevo grito de emoción les renueve la energía para esperar un tiempo más, pronto los perderás, y terminarás convertido en un charlatán.

Visto desde el público, está muy fácil señalar a unos cuantos líderes por tales manipulaciones, pero la verdad, es que semejantes prácticas se dan a todo nivel. Cuando decimos que “ya eso está listo” y no es verdad; cuando aseguramos que “estamos llegando” y apenas vamos saliendo; o cuando declaramos un “te quiero” que no sentimos.

Es la trampa de quien quiere ganarse la sonrisa y la energía del que recibe lo que quiere; es la condena de quien no tiene el coraje de decir una verdad que el tiempo se encargará de develar.

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