Dando vueltas y más vueltas
Hay que captar y alentar a las mayorías con un mensaje sencillo y concreto, que ayude, que no se imponga, como si fuera una sopa de letras y para el beneficio de todos os venezolanos, los de aquí y los de allá. La hora del pueblo llegará pero...
La discusión política en Venezuela luce muy agotada y sin norte. La narrativa de cada protagonista principal, como lo son el régimen y la oposición se van separando aún más y sólo queda observar como los esfuerzos de la comunidad internacional se estrellan contra la pared, al multiplicarse las amenazas, los errores, las omisiones y las descalificaciones. De esta manera, la antesala a toda conversación, que es la disposición a desarrollarla, no se da en nuestro caso. Cabe preguntarse por qué no ocurre eso en el patio y más bien se alejan sus posibilidades.
Una primera respuesta a este dilema estriba en la dificultad de hablar dos idiomas diferentes, aunque les une un común denominador. Son dos
narrativas pomposas, engreídas, abstractas y con poca energía. Ninguna de las dos expresa el sentimiento vivo de la gente. Son dos ideologías, en el sentido de enmascarar con destreza sus verdaderas intenciones.
En este marco, cabe destacar como el uso y el abuso del diccionario liberal por una parte y del diccionario marxista por el otro, distancian a los representantes de cada posición, pero también los separa de la gente común que no se conecta con esas emisiones verbales tan pesadas y que no terminan de sintonizar a la dirección política con las mayorías.
En medio de este evidente enfrentamiento están las nubes que nunca faltan en estos procesos tratando de jugar en la media cancha y que a
la larga favorecen a quienes tienen el poder. Se dedican a dar vueltas y vueltas alrededor del botín. El resto, -las masas-, le dan la espalda a estas olimpíadas del saber y se refugian en la vida cotidiana, hasta que aparezca algo interesante porqué protestar.
Recientes encuestas de opinión miden con certeza lo que estamos comentando: la mayoría de los consultados no se sienten representados ni por unos aspirantes al poder ni por sus guardianes. ¿Y el régimen, qué opina?: contento y confiado. Experimentado en moverse en una “minoría mayor”, alienta la división entre los opositores, crea una parodia opositora a su servicio, ofrece y no cumple, y se enmarca en una resistencia sin rumbo, sólo agraciada por el poder desnudo.
¿Confiados o desconfiados? He ahí el problema principal. Aquí nadie se esconde en una torre de marfil. Ahora no hay ni las condiciones objetivas ni subjetivas. Todo es una apariencia. Es un acto cultural, barroco, enredado, sin una verdadera salida. Y desde luego, están los intereses concretos merodeando con avidez el trofeo para los campeones.
¿Entonces hay que cerrarse y no aceptar algo del menú de variedades que ofrece la coyuntura actual? De ninguna manera. Hay varias opciones, algunas defendibles, otras no lo son. Algunas pueden ser llamativas y provocadoras, otras no. Pero ninguna acumula suficientes puntos. Ni las criollas, ni las que vienen de tierras cercanas y lejanas.
Mientras tanto hay que captar y alentar a las mayorías con un mensaje sencillo y concreto, que ayude, que no se imponga, como si fuera una sopa de letras y para el beneficio de todos los venezolanos, los de aquí y los de allá. La hora del pueblo llegará, pero en este momento no se marca en un reloj de fantasía que nos confunde a todos.
romecan53@hotmail.com
Una primera respuesta a este dilema estriba en la dificultad de hablar dos idiomas diferentes, aunque les une un común denominador. Son dos
narrativas pomposas, engreídas, abstractas y con poca energía. Ninguna de las dos expresa el sentimiento vivo de la gente. Son dos ideologías, en el sentido de enmascarar con destreza sus verdaderas intenciones.
En este marco, cabe destacar como el uso y el abuso del diccionario liberal por una parte y del diccionario marxista por el otro, distancian a los representantes de cada posición, pero también los separa de la gente común que no se conecta con esas emisiones verbales tan pesadas y que no terminan de sintonizar a la dirección política con las mayorías.
En medio de este evidente enfrentamiento están las nubes que nunca faltan en estos procesos tratando de jugar en la media cancha y que a
la larga favorecen a quienes tienen el poder. Se dedican a dar vueltas y vueltas alrededor del botín. El resto, -las masas-, le dan la espalda a estas olimpíadas del saber y se refugian en la vida cotidiana, hasta que aparezca algo interesante porqué protestar.
Recientes encuestas de opinión miden con certeza lo que estamos comentando: la mayoría de los consultados no se sienten representados ni por unos aspirantes al poder ni por sus guardianes. ¿Y el régimen, qué opina?: contento y confiado. Experimentado en moverse en una “minoría mayor”, alienta la división entre los opositores, crea una parodia opositora a su servicio, ofrece y no cumple, y se enmarca en una resistencia sin rumbo, sólo agraciada por el poder desnudo.
¿Confiados o desconfiados? He ahí el problema principal. Aquí nadie se esconde en una torre de marfil. Ahora no hay ni las condiciones objetivas ni subjetivas. Todo es una apariencia. Es un acto cultural, barroco, enredado, sin una verdadera salida. Y desde luego, están los intereses concretos merodeando con avidez el trofeo para los campeones.
¿Entonces hay que cerrarse y no aceptar algo del menú de variedades que ofrece la coyuntura actual? De ninguna manera. Hay varias opciones, algunas defendibles, otras no lo son. Algunas pueden ser llamativas y provocadoras, otras no. Pero ninguna acumula suficientes puntos. Ni las criollas, ni las que vienen de tierras cercanas y lejanas.
Mientras tanto hay que captar y alentar a las mayorías con un mensaje sencillo y concreto, que ayude, que no se imponga, como si fuera una sopa de letras y para el beneficio de todos los venezolanos, los de aquí y los de allá. La hora del pueblo llegará, pero en este momento no se marca en un reloj de fantasía que nos confunde a todos.
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