La pérdida de la inocencia
La humanidad, ha perdido la inocencia, porque son tantas las mentiras mostradas como verdades y verdades mostradas como mentiras a través de los medios y las redes, que nadie cree en nada, y cuyo escepticismo ha caído en extremos peligrosos...
La humanidad se hace cada vez más incrédula. Tal vez la tecnología digital ha contribuido bastante a que nos sintamos estafados, perdidos en medio de un mar de mentiras. Las redes sociales son “espacios” en los que cada vez podemos constatar cómo las personas se blindan frente a noticias o sucesos que consideran meros montajes, y a pesar de mostrarse muchas veces evidencias de lo que se afirma, son cada día más quienes piensan que son artilugios, shows y finas argucias para hacernos creer en algo que no sucedió. Asistimos sin más a la pérdida de la inocencia, la gente no come cuento, y en eso han contribuido las mismas redes, ya que se nos han presentado con elevada frecuencia cuestiones que han resultado ser una farsa, lo que lleva a muchos a pensar que siempre será así, perdiéndose de esta manera la extraordinaria potencialidad que encierran esos milagros tecnológicos de poder informarnos al instante y con veracidad, y de expresar nuestros propios pareceres.
Recuerdo que cuando era niño iba a la casa una viejita llamada Isabel, quien era vecina de mi barriada. Isabel criaba cochinos y con esa actividad malvivía. Cada tarde pasaba por mi casa con un balde para buscar los restos de comida que quedaban. Me imagino que lo hacía en varias casas del sector. En una oportunidad llegó Isabel con su balde, y mis hermanos y yo veíamos en la televisión una película de vaqueros, de las que éramos fanáticos. Ella tenía que pasar en medio de nosotros (ya que el televisor estaba colocado en la sala de recibo), e ir hasta la cocina para buscar la comida. En el momento exacto en el que pasó Isabel y miró a la pantalla, uno de los vaqueros sacó su pistola y mató a varios indios. Recuerdo la cara de consternación que puso la viejita Isabel al tiempo que exclamaba: ¡Dios santo, como se mata la gente! Los niños nos cuajamos de la risa y le gritábamos: “¡Eso es mentira, Isabel, es una película!” Pero ella no nos escuchaba, seguía lamentándose de tantas muertes, y muy conmovida siguió hasta la concina.
Cada vez que entro a Twitter o a Instagram, por ejemplo, y leo los comentarios acerca de un tema o de un hecho determinado, son más quienes se burlan de lo mostrado y aseguran que aquello es completamente falso, y no creen lo que se les presenta aunque todos los indicadores revelen que es verdad, que está aconteciendo. Sin más, las redes se han convertido de un tiempo a esta parte en una suerte de ruleta rusa, y en lugar de ayudar a la sociedad a formarse un criterio, una opinión, desdibujan toda posibilidad de información, ya que la gente no se lo cree porque hay muchos quienes las utilizan de forma perversa.
Soy de los que piensan que hay “laboratorios” en las redes creados para desinformar, para tergiversar los hechos, para contrarrestar lo que a muchos poderosos no les interesa que ruede y se conozca. Los gobiernos totalitaristas están en eso, buscando generar falsas noticias y tendencias, para arrimar el agua a sus molinos y que de todo aquello salgan beneficios traducidos en hegemonía y en poder mediático y político. De ser grandes inventos, que abrieron gigantescos boquetes de esperanzas para un mundo interconectado y libre, las redes pasaron a convertirse en los hilos con los cuales se manipula a la opinión pública para acallar y destruir. Ni qué decir de quienes manejan las redes, que se han erigido en sobrevenidos tribunales y conculcan a su conveniencia el derecho que tienen muchas personas de expresar sus pareceres, si los mismos no responden a sus intereses. La mayoría de las veces los administradores de las redes esgrimen que las sanciones responden a que supuestamente han violado las normas, pero lo curioso es que castigan a unos y se hacen los locos con otros, lo que se traduce en inequidad e injusticia.
La humanidad, repito, ha perdido la inocencia, porque son tantas las mentiras mostradas como verdades y verdades mostradas como mentiras a través de los medios y las redes, que nadie cree en nada, y cuyo escepticismo ha caído en extremos peligrosos. Sin más, nos mecemos entre polos opuestos, sin matices, sin claroscuros, sin posibilidades de redención. La eterna dicotomía entre el bien y el mal hoy se patentiza en lo cotidiano, en la nimiedad, pero sobre todo frente a hechos significativos, que necesitarían de nosotros análisis y discernimiento. Nuestra realidad se mueve entre la verdad y la mentira y los límites entre ambas nociones se hacen difusos y etéreos, lo que nos obliga a huir hacia adelante, perdiéndonos en el ínterin la posibilidad de comprensión y, sobre todo, de decisión en el presente de cara al futuro.
Hubo un tiempo en el que fuimos inocentes y lo que nos mostraban los medios era tomado como cierto, de allí la importancia de la ética y la responsabilidad de parte de quienes dirigían los medios, y de quienes fungían como intercesores entre los hechos y los ciudadanos. Creo que ha llegado el momento de lanzar a escala global una ética de las redes y los medios, que nos devuelva la inocencia perdida, de tal manera que podamos sopesar con criterio y raciocinio cada hecho, y sacar así nuestras propias conclusiones.
rigilo99@gmail.com
Recuerdo que cuando era niño iba a la casa una viejita llamada Isabel, quien era vecina de mi barriada. Isabel criaba cochinos y con esa actividad malvivía. Cada tarde pasaba por mi casa con un balde para buscar los restos de comida que quedaban. Me imagino que lo hacía en varias casas del sector. En una oportunidad llegó Isabel con su balde, y mis hermanos y yo veíamos en la televisión una película de vaqueros, de las que éramos fanáticos. Ella tenía que pasar en medio de nosotros (ya que el televisor estaba colocado en la sala de recibo), e ir hasta la cocina para buscar la comida. En el momento exacto en el que pasó Isabel y miró a la pantalla, uno de los vaqueros sacó su pistola y mató a varios indios. Recuerdo la cara de consternación que puso la viejita Isabel al tiempo que exclamaba: ¡Dios santo, como se mata la gente! Los niños nos cuajamos de la risa y le gritábamos: “¡Eso es mentira, Isabel, es una película!” Pero ella no nos escuchaba, seguía lamentándose de tantas muertes, y muy conmovida siguió hasta la concina.
Cada vez que entro a Twitter o a Instagram, por ejemplo, y leo los comentarios acerca de un tema o de un hecho determinado, son más quienes se burlan de lo mostrado y aseguran que aquello es completamente falso, y no creen lo que se les presenta aunque todos los indicadores revelen que es verdad, que está aconteciendo. Sin más, las redes se han convertido de un tiempo a esta parte en una suerte de ruleta rusa, y en lugar de ayudar a la sociedad a formarse un criterio, una opinión, desdibujan toda posibilidad de información, ya que la gente no se lo cree porque hay muchos quienes las utilizan de forma perversa.
Soy de los que piensan que hay “laboratorios” en las redes creados para desinformar, para tergiversar los hechos, para contrarrestar lo que a muchos poderosos no les interesa que ruede y se conozca. Los gobiernos totalitaristas están en eso, buscando generar falsas noticias y tendencias, para arrimar el agua a sus molinos y que de todo aquello salgan beneficios traducidos en hegemonía y en poder mediático y político. De ser grandes inventos, que abrieron gigantescos boquetes de esperanzas para un mundo interconectado y libre, las redes pasaron a convertirse en los hilos con los cuales se manipula a la opinión pública para acallar y destruir. Ni qué decir de quienes manejan las redes, que se han erigido en sobrevenidos tribunales y conculcan a su conveniencia el derecho que tienen muchas personas de expresar sus pareceres, si los mismos no responden a sus intereses. La mayoría de las veces los administradores de las redes esgrimen que las sanciones responden a que supuestamente han violado las normas, pero lo curioso es que castigan a unos y se hacen los locos con otros, lo que se traduce en inequidad e injusticia.
La humanidad, repito, ha perdido la inocencia, porque son tantas las mentiras mostradas como verdades y verdades mostradas como mentiras a través de los medios y las redes, que nadie cree en nada, y cuyo escepticismo ha caído en extremos peligrosos. Sin más, nos mecemos entre polos opuestos, sin matices, sin claroscuros, sin posibilidades de redención. La eterna dicotomía entre el bien y el mal hoy se patentiza en lo cotidiano, en la nimiedad, pero sobre todo frente a hechos significativos, que necesitarían de nosotros análisis y discernimiento. Nuestra realidad se mueve entre la verdad y la mentira y los límites entre ambas nociones se hacen difusos y etéreos, lo que nos obliga a huir hacia adelante, perdiéndonos en el ínterin la posibilidad de comprensión y, sobre todo, de decisión en el presente de cara al futuro.
Hubo un tiempo en el que fuimos inocentes y lo que nos mostraban los medios era tomado como cierto, de allí la importancia de la ética y la responsabilidad de parte de quienes dirigían los medios, y de quienes fungían como intercesores entre los hechos y los ciudadanos. Creo que ha llegado el momento de lanzar a escala global una ética de las redes y los medios, que nos devuelva la inocencia perdida, de tal manera que podamos sopesar con criterio y raciocinio cada hecho, y sacar así nuestras propias conclusiones.
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