Ritmos naturales
Hasta el orden cósmico puede ser alterado por el pensamiento y el lenguaje. Tal es el poder que se nos ha dado. Un poder que solo encuentra su curso y objetivo, en el reconocimiento de su insuficiencia. No confundir querer con poder...
“Cuando un hombre divide un grano de arena y el universo, como consecuencia de ello, se pone patas arriba, resulta difícil percatarse de que, para quien lo ha hecho, lo que es importante es la división de ese grano de arena, y el caos del universo una minucia. No es fácil comprender los sentimientos de un hombre que contempla un nuevo cielo y una nueva tierra a la luz de un subproducto. Pero fue sin duda gracias a esa inocencia casi fantasmagórica del intelecto como los grandes hombres del gran periodo científico, que ahora parece estar terminando, adquirieron su enorme poder y sus triunfos.” (G.K. Chesterton, Herejes)
El ritmo puede hacer que lo prosaico se convierta en poético. Las unidades de contenido con un significado cierto, hacen del ritmo una posibilidad universal. La imitación de los ritmos naturales, nos hace crecer en humanidad. La naturaleza tiene su propio lenguaje. Un lenguaje que por algún tiempo se pensó que era matemático. Hoy sabemos que todo es mucho más complejo. La ciencia puede ser entendida como un intento, de concebir los ritmos de la naturaleza. Descifrar el código. Entender el lenguaje.
Los pulsos y frecuencias dominan la actividad de lo corriente, de lo ordinario. Su conocimiento y comprensión posibilitan el arte. La técnica como forma de dominar la cadencia, necesita del dato científico para ajustarlos a los pulsos de la razón. La orientación que ofrece la naturaleza, es indispensable para no dislocar la búsqueda. La pregunta, la indagación por los fines, son condiciones para conservar la racionalidad científica. Los fines vienen dictados por la naturaleza. Una racionalidad técnica recrecida, puede acabar siendo encantamiento. Como sucede actualmente. Pedimos a la ciencia y a la técnica, unos resultados que no pueden ofrecernos.
Querer dominar los ritmos para unos fines solo orientados por el afán de poder, puede convertir al técnico en mago. En hechicero. El chamán que complace al jefe de la tribu. El que busca prevalecer por el engaño, por la trampa. La manipulación y la mentira se transforman en la moneda del manipulador. Lo que ofrece para pagar, para apaciguar, para callar. El que pretende extraer el poder de sí mismo. Olvidando el consejo natural. El poder siempre es prestado, derivado, temporal, alternativo. No es casual que los autoritarismos y mucho más los totalitarismos, estén rodeados de un clima de brujería y superstición. Cualquier orden o acto oficial, se convierten en conjuro o hechizo. Toda una perversión del lenguaje.
Hasta el orden cósmico puede ser alterado por el pensamiento y el lenguaje. Tal es el poder que se nos ha dado. Un poder que solo encuentra su curso y objetivo, en el reconocimiento de su insuficiencia. No confundir querer con poder. “Lo difícil no es encontrar rimas sino evitar su abundancia” (Gabriela Mistral). Las ideas pueden rimar. De esa forma el lenguaje cumple su función liberadora. La idea que resulta de la humana reflexión, es un signo natural. No olvidar su origen y respetar su cadencia, nos permite mantenernos libres. Del poder extravagante.
“Reventar todos los continuos del desarrollo e interrumpir el flujo del tiempo es una de las señas de identidad de la modernidad. Vivimos en un modo encendido-apagado que ha eliminado en gran medida los elementos más importantes de los ritmos naturales.” (El tiempo regalado. Un ensayo sobre la espera, Andrea Köhler)
jagamez@icloud.com
@vidavibra
El ritmo puede hacer que lo prosaico se convierta en poético. Las unidades de contenido con un significado cierto, hacen del ritmo una posibilidad universal. La imitación de los ritmos naturales, nos hace crecer en humanidad. La naturaleza tiene su propio lenguaje. Un lenguaje que por algún tiempo se pensó que era matemático. Hoy sabemos que todo es mucho más complejo. La ciencia puede ser entendida como un intento, de concebir los ritmos de la naturaleza. Descifrar el código. Entender el lenguaje.
Los pulsos y frecuencias dominan la actividad de lo corriente, de lo ordinario. Su conocimiento y comprensión posibilitan el arte. La técnica como forma de dominar la cadencia, necesita del dato científico para ajustarlos a los pulsos de la razón. La orientación que ofrece la naturaleza, es indispensable para no dislocar la búsqueda. La pregunta, la indagación por los fines, son condiciones para conservar la racionalidad científica. Los fines vienen dictados por la naturaleza. Una racionalidad técnica recrecida, puede acabar siendo encantamiento. Como sucede actualmente. Pedimos a la ciencia y a la técnica, unos resultados que no pueden ofrecernos.
Querer dominar los ritmos para unos fines solo orientados por el afán de poder, puede convertir al técnico en mago. En hechicero. El chamán que complace al jefe de la tribu. El que busca prevalecer por el engaño, por la trampa. La manipulación y la mentira se transforman en la moneda del manipulador. Lo que ofrece para pagar, para apaciguar, para callar. El que pretende extraer el poder de sí mismo. Olvidando el consejo natural. El poder siempre es prestado, derivado, temporal, alternativo. No es casual que los autoritarismos y mucho más los totalitarismos, estén rodeados de un clima de brujería y superstición. Cualquier orden o acto oficial, se convierten en conjuro o hechizo. Toda una perversión del lenguaje.
Hasta el orden cósmico puede ser alterado por el pensamiento y el lenguaje. Tal es el poder que se nos ha dado. Un poder que solo encuentra su curso y objetivo, en el reconocimiento de su insuficiencia. No confundir querer con poder. “Lo difícil no es encontrar rimas sino evitar su abundancia” (Gabriela Mistral). Las ideas pueden rimar. De esa forma el lenguaje cumple su función liberadora. La idea que resulta de la humana reflexión, es un signo natural. No olvidar su origen y respetar su cadencia, nos permite mantenernos libres. Del poder extravagante.
“Reventar todos los continuos del desarrollo e interrumpir el flujo del tiempo es una de las señas de identidad de la modernidad. Vivimos en un modo encendido-apagado que ha eliminado en gran medida los elementos más importantes de los ritmos naturales.” (El tiempo regalado. Un ensayo sobre la espera, Andrea Köhler)
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