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Lo que inspira Bolívar

RICARDO GIL OTAIZA. Da vértigo el solo echar un vistazo al océano de escritos que ha inspirado la vida, obra y la figura de Simón Bolívar a lo largo de casi siglo y medio...

  • RICARDO GIL OTAIZA

24/05/2018 05:00 am

Da vértigo el solo echar un vistazo al océano de escritos que ha inspirado la vida, obra y la figura de Simón Bolívar a lo largo de casi siglo y medio; es decir, desde que aquí se estableciera la religión bolivariana. Muchos de estos escritos (traducidos en biografías, aproximaciones a su pensamiento, ensayos historiográficos, tesis, monografías, cuentos, novelas, poemas, crónicas, guiones, obras de teatro y fábulas) son en esencia laudatorios: buscan exaltar al héroe desde su epopeya y sus cualidades humanas e intelectuales, para erigirlo en figura emblemática de su tiempo histórico. Otros, no menos importantes, buscan desacralizar su memoria hasta el extremo de la calumnia y de la infamia. Muchos trabajos serios y denodados (como los de Germán Carrera Damas, Tomás Polanco Alcántara, Elías Pino Iturrieta e Inés Quintero, entre otros) buscan ser fiel de la balanza, e intentan colocar cada cosa en su sitio y bajar al hombre y al héroe de la abstracción a la que fuera elevado por múltiples circunstancias, las más de las veces de interés político-partidista (disfrazadas, como cabe suponerse, de patriotismo y amor por el lar nativo), al terreno de lo fáctico. Gente como Francisco Herrera Luque hizo otro tanto desde lo literario. Claro, no me referiré en este mínimo espacio a otras manifestaciones que, por ser de gran significado histórico, cultural y estratégico, merecen atención aparte: ideario, estatuaria, toponimia, geopolítica y educación. Dejaré que en mi lugar otros se devanen su materia gris en estos complejos asuntos. 

Bolívar nos inspira muchas cosas (incluso las ansias de emulación por parte de algunos “ingenuos”), pero lo que más hace su obra es llevarnos a reflexiones en torno al país y al mundo que queremos. Sin duda, Bolívar jamás hubiese querido que nuestra nación llegase a los extremos del presente, porque ello significaría alejarse de sus más profundas convicciones y de ese anhelo en torno del cual giraron muchas de sus acciones: “la mayor suma de felicidad posible”. ¿Somos felices los venezolanos? Lamentablemente no. Para decirlo con palabras del casi centenario pensador francés Edgar Morin: “somos una sociedad sufriente”. En este punto me asaltan algunas interrogantes: ¿de qué nos ha servido entonces la religión bolivariana y su ingente obra material si no nos ha posibilitado redimirnos como país, y peor aún: si con su excusa hemos sido llevados al extremo de la miseria y de la ruina? ¿De qué nos ha servido los ríos de tinta en torno a la máxima figura de nuestra historia si a la larga la hemos tergiversado, anulado, abofeteado, insultado, profanado y vilipendiado en pos de oscuros intereses? El que hoy se abrace el marxismo es prueba de ello: Karl Marx denostó de nuestro Libertador hasta el extremo de la inquina. ¿Cómo se amalgaman entonces ambas posiciones (el marxismo y el pensamiento bolivariano) sin que de esto resulte una espantosa y aborrecible antinomia? 

Si como queda dicho, Bolívar ha sido fuente de inspiración permanente para varias generaciones, que esa obra y ese pensamiento que aún nos deslumbran, sean puntos de partida para la necesaria reconstrucción de Venezuela. Hasta el día de hoy no hemos sido dignos herederos, y ese legado traducido en muchas cosas importantes (patria, honor, ciudadanía, orgullo y horizonte) luce como cosa de un pasado glorioso que contrasta con un presente ominoso. Con William Ospina (en su obra En busca de Bolívar) diré al cierre: “Nunca se estuvo quieto, y no tenía vocación de estatua. (…) Ya no es un militar ni es un político, es un hombre común, un ciudadano. El desafío ahora es otro, y grande. (…) por dónde comenzar de nuevo”.

@GilOtaiza 

@rigilo99@hotmail.com
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