Caracas.- Desde hace tiempo la palabra “solidaridad” está incluida en nuestros mensajes institucionales y es parte consustancial de nuestros análisis y recomendaciones. Si bien se trata de un sentimiento, al convertirse en actitud (solidaria), y luego reflejarse en hechos concretos, deja de ser un intangible para pasar a ser, por ejemplo, un término en la ecuación de formación de precios, un presupuesto de responsabilidad social, o cupos gratuitos (solidarios) en un restaurante, en un transporte, en una universidad, colegio y escuela. Y así, en general, transformar su sustancia blanda y convertirla en algo sólido hasta inclusive volverla moralmente exigible. El corazón del concepto, ineludible en su definición, es ayudar a alguien sin recibir compensación o algo a cambio de lo que se entrega, siendo los actores, personas, o instituciones. Lo interesante es que al hacerse parte de la cultura pasa de ser un movimiento de cascada a convertirse en un circuito, en el cual el beneficiario inicial, que es la parte de nuestra sociedad que menos tiene, también comienza a ser solidario, con sus pares primero, y a remontar la cascada haciendo lo mismo, dentro de sus posibilidades, pero ahora, aguas arriba. Llega a convertirse en un círculo virtuoso, donde hay más intereses comunes que enfrentados y promueve una sociedad más sana, optimista y hasta me aventuraría a decir compacta. Este fenómeno, que ya está en marcha, puede verse hoy en nuestras bases populares y clases medias, que abandonan la polarización y se alinean en forma casi homogénea detrás de la búsqueda de la protección mutua, con un sentimiento de unidad que persigue el bienestar, no solo de ellos (nosotros) y sus familias, sino también de las generaciones venideras. Oponerse a este impulso, es no tener sentido de la oportunidad.