Definimos la inercia en la política como la continuación de una cierta situación o estatus, que, como una bola de billar deslizándose en la mesa, no va a cambiar de dirección ni detenerse, hasta que choque con una de las bandas y se le altere el curso. En nuestro caso la bola no va libre, sino que tiene doble comando, pues a veces pareciera que una de las partes logró cambiarle el curso, pero luego la otra lo compensa, y se continúa en este “empate” permanente e inercial, que no logra alterar el deterioro sostenido; y sin que haya a la vista una “banda” que le altere el rumbo. Las mesas de negociación (actual y del pasado) no son esa banda, sino uno de los factores para manejar el doble comando; no pueden mejorarnos, pues lo único que podría cambiar esta inercia, es un evento disruptivo que afecte, por igual, a ambos lados. Debe ser externo a ellos mismos, y que ninguno sienta que le ganó al otro; y que, ante la pérdida de control, se decidan a compartir el comando de la bola, pues la nueva dirección que tomó, estará fuera de sus predicciones y modelos.