El concepto de diálogo político se ha ido distorsionando en Venezuela pues al haberse confundido, en el pasado, con negociación, se pusieron expectativas que, de antemano, se sabía que no iban a ser satisfechas.El diálogo solo requiere participación sin expectativa de resultados y la negociación, si requiere de un compromiso. Existe una asimetría entre las partes, que hace que, actualmente, una no necesite nada, y la otra no tenga nada que ofrecerle. Hoy, el solo hecho de sentarse a dialogar, ya implica un compromiso que limita las posibilidades futuras de negociación. Los actores opositores no cuentan con respaldo, y la representatividad es muy endeble, pues ante cualquier concesión (aunque sea de palabra) estaría expuesto a perder el apoyo que lo había llevado a la mesa. A diferencia del chavismo, que actúa verticalmente, con una fuente de poder, y un mensaje, que se sabe no admite condiciones: ellos deben imponer su criterio. Para que sea exitosa cualquier aproximación (ya sin la etiqueta de diálogo), ambas partes deben tener poder equivalente y ofrecer algo en una futura negociación (paso posterior natural de ese acercamiento). Toda la presión internacional y el apoyo que se le ha dado a Guaidó, no pareciera ser suficiente, en las condiciones actuales. Debería, contando con ese apoyo, aumentar su valor, asumiendo fuentes de poder concretas que le pudieran dar la relevancia de contraparte válida, y que el chavismo, realmente necesite alguna concesión de su parte. Por ejemplo, la posibilidad de tener acceso a los activos de Venezuela en el exterior, ya le daría un valor en sí mismo que cambiaría el balance de poder, y entonces sí, tendría sentido sentarse y las asimetrías mutuas se equilibran.