Para la mayoría de la gente, decidirse a perdonar a alguien es uno de los actos más difíciles que hay, sobre todo si el perdón es inmerecido y por una gran ofensa. Cuesta Dios y su ayuda, porque es un acto contrario a la naturaleza humana, la cual usualmente pide retribución y venganza. La pregunta es: ¿por qué quedarnos atascados en la naturaleza humana? ¿Sobre todo si esta en determinados momentos nos va a perjudicar, y mucho?

A continuación otra historia real sobre este tema (los nombres están cambiados):

“El impacto que sufrió el pastor López cuando le avisaron que había sido asesinado su hijo José, de 24 años, se convirtió en ira al saber que el asesino logró que redujeran los años de su condena en prisión. Cuando el asesino −llamado Miguel− fue sentenciado, dijo que él quería que los López supieran que se arrepentía de lo que había hecho. Los amigos de la familia López creían que esa confesión de remordimiento la hizo para que le dieran una condena menos severa. No obstante Pablo López quedó conmovido.

Al cumplirse un año del trágico evento, él redactó una carta dirigida a Miguel en la que expresaba el dolor de su familia: A veces el dolor es casi insoportable...y subrayaba que no aceptaba que una persona tuviese tan poco respeto por la vida de otra. Luego agregó: Aunque las siguientes palabras parecerían no importar en algunos casos, sepa que acepto sus disculpas y, aunque me cuesta mucho escribir esto, añado: lo perdono. El pastor recordaría esas palabras más adelante, pues imprimieron un giro notable a su vida: Al escribir aquello, sentí que se me quitaba un peso de encima. Fue el principio de la curación de mis heridas.

Pero ahí no terminó todo. Su matrimonio acabó, pues su esposa no entendía que lo hubiese perdonado. Cuando visitó a Miguel meses después de escribir aquella carta, volvió a sentir ira al saber que al asesino lo habían transferido de una cárcel de máxima seguridad a otra menos severa. La curación no llega enseguida. Viene por etapas. Es un proceso que abarca toda la vida −afirmó López. En el primer encuentro López dijo algo trivial y el recluso, al que nadie jamás había perdonado, se acercó a él y lo abrazó. Los dos se echaron a llorar. López y Miguel llegarían a entablar amistad. Tanto que el testimonio de López ayudó a que Miguel saliera antes de la cárcel.

López jamás olvidará a su hijo asesinado. Pero a su juicio, para amar a nuestros enemigos como nos pidió Jesús debemos comenzar por perdonarlos. Cuando veo a Miguel, no veo al hombre que hirió a mi hijo −dijo López; veo a alguien a quien Dios transformó para siempre. Y eso es lo que yo celebro.”

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