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Revolución: un comodín para los dictadores

Es una constante para todo político ambicioso y autoritario llamar “revolución” a cualquier intento de instaurar un nuevo proyecto político, máxime si con eso entrevé la posibilidad de perpetuarse en el poder.

  • PAOLO MONTANARI TIGRI

12/05/2018 05:00 am

Es una constante para todo político ambicioso y autoritario llamar “revolución” a cualquier intento de instaurar un nuevo proyecto político, máxime si con eso entrevé la posibilidad de perpetuarse en el poder. Por supuesto, para mitigar el impacto emocional que la palabra “revolución” produce en la opinión pública, hay quien le agrega -falsedad de las falsedades- el calificativo de “pacífica” para que la gente no vea en ese proceso, esa violencia y ese aspecto dramático que, en cambio, caracteriza todas las revoluciones en el mundo.

En realidad “revolución” no es solamente un cambio radical de las instituciones y, por ende, de la estructura socio-económica de un país sino, como dirían los antiguos romanos, una “renovación ab imis fundamentis” (una renovación desde lo más profundo de sus bases), de toda la sociedad para crear, como decía Karl Marx, un nuevo régimen de libertad. Y eso, como todos ustedes bien podrán entender y como la historia lo ha demostrado, ¡es imposible hacerlo por la vía pacífica! Revolución entonces es violencia por antonomasia, contra la libertad, contra los derechos humanos, ¡contra la dignidad del pueblo! 

Sin embargo hay quien sostiene, como los cubanos castristas, que un auténtico proceso revolucionario se divide en dos etapas: la etapa violenta, que comprende el derrocamiento del régimen existente con todas las acciones sangrientas que eso puede conllevar, y la mal llamada etapa “pacífica” representada por la creación de una sociedad marxista que en Cuba está en acto desde hace casi sesenta años y que puede ser calificada de todo menos que de “pacífica”, porque un régimen que durante más de medio siglo ha encarcelado más de medio millón de personas y ha salvajemente fusilado a más de cincuenta mil ciudadanos, culpables solamente de no compartir el proceso revolucionario castrista, ¡no puede ser considerado pacifico!

Y así esa palabrita “revolución”, impactante y pegajosa al mismo tiempo, -es normal oír a personas vanagloriarse  de ser revolucionarias, a lo mejor sin saber lo que están diciendo- pero fácil comodín en el lenguaje de los gobernantes autoritarios, es  parte de la tradición política en el mundo entero, máxime en América Latina.

En efecto, como escribe Carlos Alarico Gómez en su libro “El último Dictador”, desde 1830 se ha dado en llamar “revolución” a cualquier cambio político que se produjera o que se intentara producir en el país. Y así se ha registrado la “Revolución de las Reformas” en 1835, la “Revolución de los campesinos”, en 1844, la “Revolución de Abril” en 1870, la “Revolución de Coro” en 1874, la “Revolución restauradora” en 1899, la “Revolución Libertadora” en 1902, la “Revolución de octubre” en 1945, para mencionar las más conocidas hasta llegar a nuestros días… ¡con la “Revolución bolivariana” en 1999! Esto sirve para reflejar la tradición venezolana de llamar “revolución” a cualquier intento de instaurar un nuevo proyecto político. Lo importante, por el bien del país y por el futuro de las nuevas generaciones, ¡es “no caer en la trampa!

 Desde Italia 

p.montanaritigri@fastwebnet.it   


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