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Sobre la doliente misma tierra

RAFAEL DEL NARANCO. ¡Dios! si hablara el “Patio del Pez que Escupe Agua” enclavado en el Palacio de Miraflores, sabríamos la raíces y desmadres de la ultrajada situación política del momento

  • RAFAEL DEL NARANCO

04/08/2018 05:00 am

Los alegatos que empezamos a borronear recién salidos de la pubertad se han ido quedando con el paso del tiempo en lamedales y, debido a tal circunstancia, seguimos sobre el arado con la esperanza de ver brotar alguna semilla. Vano intento. Si eso no ha sucedido hace ya incontables otoños, no será permisible ahora. ¿Desilusionado? Ni un ápice. Estamos obligados a vivir sin aspavientos. Galanteé escritos y he sido estimado mientras llevaba en las alforjas un lema impreso: Siempre será mejor la libertad con sus inmolaciones que la sopa del autócrata. Y aferrados a ese comedimiento hacemos camino. 

¿Qué existirá dentro de dos mil años a partir de hoy sábado, o incluso dentro de dos o tres generaciones? Habrá que decir con la misma conjetura que el escritor estadounidense Michael Chabon: El futuro comenzará a ser cuando empecemos a imaginarlo cada uno de nosotros. Si es así, mejor no tener demasiada prisa en saberlo, ya que vivir cada instante nos ayuda a abrir una ventana recreada sobre el porvenir que no habrá de contar en absoluto con nosotros. Somos la realidad del instante mismo. Nada más. 

¿Y eso en verdad qué significa si las galaxias igualmente dejan de ser lo que eran en un tiempo casi perdurable? Mejor respirar mientras podamos. El futuro llegará impávido sin que nadie lo convoque arrastrando la infinitud del tiempo en que pudiera morar la perpetuidad. 

Es incontestable: nada desaparece en el Universo, todo se transforma. ¿Nos irá mejor en esa nueva ruta? Si así fuera uno agradecería repetir las zancadas y aventuras que ha ido desarrollándose en nuestra tierra madre. 

No es la primera vez ni será la última el saber que un contador de historias pueda convertirse en referencia universal sin salir nunca del terruño, al llevar dentro de sí mismo la materia de la existencia con sus protervos o buenos atributos. Ejemplos predominan y no es necesario ir al buscador Google: solamente hace falta entrar en el bar del barrio, pedir un café u otra bebida y disponer a mano un periódico de los editados en la ciudad o dentro de Internet. 

Al rasguear las pequeñas letras negras sobre la cuartilla o la pantalla, nos viene a la memoria -dubitativa siempre- los casos de dos escritores que sin haber abandonado prácticamente su zona del parroquial -uno, las calles de Alejandría, y el otro los callejones del viejo Cairo- nos han ofrecido una obra que ha traspasado las fronteras de la conmoción individual a conciencia de una sencilla prosa sorprendente. 

Emprendamos el corto recorrido observando a Konstantínos Pétrou Kaváfis o Cavafis, mejor llamado en sus poemas Constantino Kavafis. 

Es sabido que el bardo de la desazón necesitada efebos en flor que le amansaran el amor carnal del que los dioses de Tebas le inundaron sin compasión. En la otra esquina de la creación literaria y en su “Cuarteto de Alejandría”, Lawrence Durell se inspiró en el autor de “Ítaca” para el personaje del “viejo poeta”, siempre escarbando en el sensual aroma de la disipada ciudad bizantina. 

La otra moneda de plata ha sido el premio Nobel Naguib Mahfuz, el prosista de una historia eterna que describió reflejando los empobrecidos arrabales con su gente, bazares, y el tradicional té de menta amargo. 

En esta misma usanza nos llega uno de los autores más conocidos en Oriente Próximo. Su nombre es Alaa Al Aswany. 

Con la novela “El edificio Yacobián”, acerca de un inmueble, la vida de la ciudad sale a su encuentro matizando el contraste de unos seres que ahogan pasiones y debilidades y allí mismo están los reflejos de nuestro contexto venezolano mientras el macizo Waraira Repano llora lagrimones de fuego. 

Las historias son más hirientes cuando se describen los autócratas de esta América nuestra con Juan Vicente Gómez encabezando la orgía sangrante. 

Lo sucedido es asombroso. Se cuenta por ejemplo que en la llamada “guerra de los pasteles” contra Francia en 1836, el dictador mexicano Antonio López de Santa Ana, perdió una pierna. La mandó a enterrar con honores de Estado en la catedral de México, y extraviada cada vez que caía del poder, la recuperaba y la volvía a enterrar con un tedeum, con la presencia del gobierno, cuerpo diplomático y Alto Mando Militar. 

No menos pasmosa es la historia de Rafael Leónidas Trujillo: Nombró general a su pequeño hijo Radamés, y quiso canonizar a su madre. En esta lista no podemos olvidar a Enrique Peñaranda, dictador de Bolivia de los años cuarenta del pasado siglo, quien dijo que de haber sabido que su hijo llegaría a presidente, “le hubiera enseñado a leer y escribir”. 

Referente a Venezuela: ¡Dios! si hablara el “Patio del Pez que Escupe Agua” enclavado en el Palacio de Miraflores, sabríamos las raíces y desmadres de la ultrajada situación política del momento. 

rnaranco@hotmail.com
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