Pues eso es lo que está viviendo el pedalista danés de 26 años Jonas Vingegaard, quien el domingo pasado retuvo la corona del Tour de Francia, uniéndose a inmortales de la bicicleta como el francés Lucien Petit Breton (1907 y 1908), belga Philippe Tijs (1913 y 1914), el italiano Ottavio Bottecchia (1924 y 1925), el luxemburgués Nicolas Frantz (1927 y 1928), los franceses Lousion Bobet (1953, 1954 y 1955), Jacques Anquetil (1961, 1962, 1963 y 1964), el belga Eddy Merckx (1969, 1970, 1971 y 1972), los franceses Bernard Hinault (1978 y 1979), Laurent Fignon (1983 y 1984), el estadounidense Greg Lemon (1989 y 1990), el español Miguel Indurain ( 1991, 1992, 1993, 1994 y 1995), el estadounidense Lance Armstrong (de 1999 a 2005), y más recientemente, el británico Chris Froome (2015, 2016 y2017), y el esloveno Tadej Pogacar (2020 y 2021), los únicos que han podido repetir en París.

Pero la historia de Vingegaard es realmente curiosa, porque de niño quería ser futbolista del Liverpool, su equipo favorito, pero su pequeña estatura para estos menesteres le hicieron inclinarse por el ciclismo, y la verdad es que fue una buena decisión, ya que el vikingo escuálido, blanquito e introvertido llegó para quedarse entre los grandes.

Dicen que probablemente la tenacidad le vino a Jonas de las muchas puertas que se le cerraron y de las muchas horas que pasó limpiando pescado en la granja que su padre tenía en Hansthlom.

Como muchos niños, el joven Vingegaard quería ser futbolista, pero el hándicap de la estatura no ayudaba. Y es que “era tan bajito que nadie me pasaba la pelota y tampoco lo hacía demasiado bien”, recordaba el hoy campeón del Tour, y uno de los referentes del ciclismo mundial.