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La deshumanización de la muerte

Cuando los adoloridos familiares pasan por una perdida que los sumerge en un proceso de negación, que transitan por el abismo del dolor, les cobran hasta 200$ más por permitir algunos minutos más acompañar el cuerpo de su afecto

  • LEONARDO ZURITA

14/03/2023 05:00 am

La cultura venezolana tiene grandes rasgos de solidaridad, compañerismo, camaradería y sobre todo de empatía. Son patrones esenciales del ser de este gentilicio.

Nuestro rasgo distintivo siempre ha sido estar allí para quien nos necesite, sin importar cuánto debemos sacrificar. Eso es uno de los elementos que hace grande a la venezolanidad, que magnífica la humanidad, que demuestra la esencia de este rasgo cultural sobresaliente.

Con el pasar de los días toda cultura, entendida cómo hecho social, puede que tenga algunos matices de variabilidad, pero su esencia debe permanecer intacta, ya que es un sello de nacimiento, la denominación de origen en referencia a un elemento muy distintivo y característico, que se ubica únicamente en determinado lugar.

Hay factores que se han ido modificando, lamentablemente, por nuevas creencias y patrones de conducta que, con fuerza, golpean los valores sociales propios de la venezolanidad hasta hacerla tambalear.

Aunque nuestra cultura mantiene patrones de conducta muy arraigados, no es menos cierto que hay rasgos distintivos que se han modificado, sin menospreciar las variables que obligan a que eso sea así.

Uno de los rasgos, lamentablemente, modificados, son los relativos a la perdida de un ser querido y su despedida.

La costumbre nacional era el velatorio durante parte del día y la noche del día de muerte, y parte del día siguiente hasta casi completar las 24 horas con el cuerpo allí inserte, pero acompañado de familiares y amigos.

Tan fuerte es la tradición que fuera de las grandes ciudades todavía este último acompañamiento se hace en las casas, el lugar de habitación del fallecido.

Pero en grandes ciudades primero, y luego al resto del país, se fueron extendiendo nuevas formas de despedidas permeadas por las realidades sociales.

El tema de la inseguridad comenzó a provocar que cerraran las funerarias antes de la medianoche para proteger la vida y bienes de los presentes ante posibles actos delictivos, obligando a los deudos a abandonar el establecimiento y regresar al día siguiente.

Luego, por las quejas y negativas de los familiares de los difuntos, cerraban los establecimientos con quiénes deseaban pasar la noche allí en compañía de quien despedían.

Con la llegada de la pandemia por el Covid-19 se redujeron a dos horas los velatorios para evitar aglomeraciones que pudieran facilitar el contagio de la enfermedad. Quienes fallecieron del triste virus no pudieron ser despedidos por sus afectos por un tema de salud pública.

Pero con las medidas para contener el contagio del Coronavirus muy distendidas y con una normalización de la vida más allá de los decretos de alerta, todo volvió a ser como antes, solo que algunas cosas mutaron, como en el caso que ocupa este artículo, a perjuicio de quienes pierden un familiar.

Últimamente los velatorios son de 3 y 4 horas, cuando no, de manera excepcional, alcanzan hasta 8 horas durante el día. Esa costumbre de esperar a familiares y amigos que desde lejos viajaban para acompañar en su última jornada el cadáver de su ser querido, ya no se ha vuelto a ver.

Después de cerrada la urna a las 4 de la tarde, todos son desalojados del lugar, con una frialdad que no respeta dolor ni ausencia.

Cuando los adoloridos familiares pasan por una perdida que los sumerge en un proceso de negación, que transitan por el abismo del dolor, les cobran hasta 200$ más por permitir algunos minutos más acompañar el cuerpo de su afecto, claro está, mientras no hayan cerrado previamente.

En la mañana siguiente, sale el cortejo sin poder ver, por última vez, a quien se va a despedir para siempre. Es un proceso exprés donde cada centavo cuenta incluso sobre la humanidad que pierde sentido, pues recibirás solo lo que has pagado, que no fuese tan malo si no habláramos de una despedida definitiva y que, además, dista en mucho de los valores culturales y sentimentales de un pueblo noble sumergido en la pena y el sufrimiento.

Todos se quejan, pero nada se puede hacer. Eso es lo que hay. Se le saca el máximo provecho al dolor, cadáver incluido, sin importar el proceso por el que pasan deudos y amigos del difunto.

Y no se trata de no cobrar, sino de corresponder con humanidad ante la pena ajena. Tiene que ver con respetar una tradición que, superada muchas de las variables que alteraron su rutinario ejercicio, vuelva otra vez con el afecto que minimiza el dolor de la perdida.

Todo lo demás son argumentos pueriles, terquedades mercantilistas y quebrantamiento de una lógica de solidaridad, humanidad y respeto por quién afronta el dolor de la muerte de un ser querido.

Es justo recobrar nuestras costumbres, sobre todo esas que nos permiten reencontrarnos con nuestro lado humano, solidario y servicial, más allá del interés netamente mercantilista.

Es una medida humana y cultural que debería sobreponerse a una lógica de mercado que impone la ganancia sobre el sujeto y su dolor.

Analiza, siente y reaprende.

Leonardo Zurita
Comunicador Social UCV
@leozuritave
leozurita.ve@gmail.com
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